Con la caída del imperio romano en el año 476, la Hispana quedó desolada. Los pueblos visigodos del norte llegaron a la región y se hicieron de las ciudades romanas que ya existían en la península. Estos trajeron su cultura, sus costumbres y también su arte.
La expresión más fuerte del pueblo visigodo en España se expresó a través de su arquitectura, la que se manifestó con todo su potencial en el siglo VII. Las iglesias construidas en este estilo son pequeñas, rústicas, pero sólidas, que tienen una sola nave que, por lo general, termina en un ábside. Entre las iglesias más representativas se hallan la iglesia de San Cugat del Vallés, en Barcelona, la iglesia de San Cebrián de Mazote, en Valladolid y la iglesia de Santiago de Peñalba, en León.
Incorporan la planta de cruz griega o basilical con arcos de herradura y columnas o soportes rígidos y toscos. Integran bóvedas de cañón o aristas con cúpulas sobre los cruceros. También se integra la orfebrería de estos pueblos, mayormente realizada en oro, bronce y vidrio con motivos ornamentales.
Con la conquista musulmana de la península ibérica en el siglo VIII, el arte y la arquitectura sufrieron grandes transformaciones, mayormente derivadas de la creencia islámica. A este arte se le llama arte hispanomusulmán, el que se caracteriza por ornamentos de mayor tamaño, estilos más graciosos y formas arábicas. El color también ingresa como una forma de expresión artística.
La arquitectura introduce patios cruzados, con una complejidad mayor, sobre todo en la palaciega. Dicha arquitectura es diversa y se nutre de los diferentes pueblos de origen musulmán que ingresaron a la península.